Hoy son los primeros también en encontrarse amenazados, por la pérdida y deterioro de sus hábitats y otras presiones antrópicas. Como necesitan agua limpia, esta zona, arca del agua de Madrid, aún alberga a un 45% de las especies ibéricas, pero en poblaciones menguantes. Ejemplos locales de su decaída son las ranas de San Antonio -capaces de cambiar de color- del embalse de Navacerrada, antes comunes pero ya ausentes, la extinción a nivel local de varias especies en los incendios entre Abantos y San Benito, o la mortandad de anfibios en la M-618 cerca de Hoyo, aunque esta se ha atenuado con un “carril sapo”.
Entre las especies presentes en Los Molinos, Rubén destacó urodelos como la salamandra común, que habita en toda la cordillera entre las Sierras de Gredos y de Ayllón, o el gallipato, un hermoso monstruo acuático que depreda hasta a sus congéneres y se defiende con unas costillas afiladas que saca de su cuerpo a modo de pinchos. Convivimos asimismo con el tritón jaspeado y el tritón pigmeo, igualmente bellos y amenazados entre otras razones por la introducción en Peñalara del tritón alpino, que compite con los anfibios autóctonos y puede ser vector de enfermedades. Este intruso debería ser eliminado pero su catalogación como “en peligro” lo impide.
Entre anuros, el sapo común ya no tiene de común más que el nombre. El sapo de espuelas tampoco es fácil de ver, en parte por su costumbre de enterrarse en suelos arenosos. El sapo corredor se ve bastante, correteando por el monte o en jardines. El sapo partero se oye, con su reclamo semejante al del autillo. La rana común aún abunda, por su capacidad de tolerar el agua contaminada, incluso de piscinas. Aparece aquí el papel de bioindicador de los anfibios: los que soportan la contaminación prosperan, mientras que los más exigentes -la mayoría- no.
Sapo corredor molinero |
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